El rey que llegó del mar

Hace miles de años, antes de la llegada de los reyes al mundo que conocemos, Dinamarca vivía sumida en el caos. Ante la falta de un líder, nadie respetaba ningún tipo de ley: el fuerte abusaba del débil, los robos y los saqueos eran permanentes incluso entre hermanos, los niños y ancianos eran maltratados y considerados esclavos y el pillaje y la anarquía eran una constante en la vida de los señores más poderosos de la península. Por si fuera poco, las naves de los enemigos suecos y noruegos de divisaban casi a diario desde las costas danesas.

Hasta que cierto día, los habitantes y marineros de la costa vieron avanzar por el mar hacia la playa una magnífica nave procedente de la misma ruta por la que solían llegar los vikingos. Impulsada por el viento, llevaba izada una enorme bandera roja. La proa estaba coronada por una enorme cabeza de dragón y los costados del barco llevaban guirnaldas de flores, espejos y piedras preciosas. El barco se detuvo al llegar a la orilla y su vela se plegó sola. Atemorizados, los habitantes de la costa esperaron, armas en ristre, pero nadie descendió del navío.

Horas y horas pasaron los aldeanos mirando estupefactos el misterioso barco sin que un solo ser vivo asomase la cabeza por la borda. Incluso los moradores de las aldeas cercanas se sintieron atraídos por el brillo del sol contra los espejos de cubierta y por la inquietud de sus vecinos. Tanto revuelo llamó la atención de los señores poderosos de la comarca, que no tardaron en unirse al espectáculo acompañados de los hombres más fuertes y mejor armados.

¡Dad la cara, cobardes! ¡No os tenemos miedo!

Nadie respondía. Finalmente, varios hombres decidieron abordar la nave lanzando terribles gritos de guerra. Una vez en cubierta, no vieron a nadie, salvo a un bebé de piel de porcelana y cabellos rubios. Una fina lámina de oro ceñía su cabecita y a su alrededor, numerosos objetos preciosos que constituían un riquísimo tesoro: desde monedas hasta coronas, pasando por espadas de guerra con rubíes y esmeraldas incrustados. Los hombres se miraban entre ellos anonadados: ¿cómo había llegado ese barco allí? ¿De quién era ese niño?

Sin salir de su asombro, los guerreros bajaron al niño y se lo dieron sobre un escudo a modo de cuna a la primera mujer que vieron en tierra para que lo llevase ante los señores. Mientras, el resto del pueblo desembarcó todas las riquezas. Reunidos en consejo, los amos no fueron capaces de discernir de dónde habían salido barco, niño y riquezas; se inclinaban más a pensar que era una acción divina. Así, por precaución, decidieron venerar al pequeño y tomarle como símbolo de paz y como presagio de prosperidad y gloria. Lo llevaron a la mejor morada de la zona y lo llamaron Skiold (escudo en danés).

Y, a juzgar por la evolución del país, aquellos señores no parecieron equivocarse. Skiold fue, durante su larga vida, un rey modelo y un gran defensor de Dinamarca que provocaba felicidad en todo momento. Pronto se hizo famoso en las tierras aledañas por su bondad y espíritu de justicia. Los años pasaron veloces, trayendo a Dinamarca la paz, la prosperidad y el orden del que aún hoy hacen gala los daneses. Cuando Skiold, ya anciano, sintió la muerte cercana, convocó a sus guerreros y les dijo:

Cuando mis ojos se cierren en el sueño eterno, llevad mi cuerpo al navío que me trajo, abandonadme a merced de las olas y guardad el tesoro donde nadie pueda encontrarlo. Yo me iré contento sabiendo que he cumplido con mi deber en la tierra.

Al morir Skiold, sus súbditos obedecieron al pie de la letra sus instrucciones. Le vistieron con sus más ricos ropajes y, levantándole en el mismo escudo que cuando llegó de niño, lo subieron al navío, que seguía varado en la orilla. El barco levó anclas, desplegó la vela y se hizo a la mar.

Castillo Rosenberg - Leyenda de Dinamarca
Castillo de Rosenberg de Copenhague donde se guarda el tesoro real

Nadie supo nunca hacia qué región navegaba, pero el rey se marchó simbolizando la estabilidad económica y social en Dinamarca, la piedra angular que el país enarbola con orgullo actualmente (aunque siempre quepan matices). Aún hoy se dice que, en épocas de máxima felicidad y prosperidad, se ven destellos de luz desde la línea del horizonte del mar Báltico, como si los espejos del barco mandaran recuerdos.

En cuanto al tesoro, los aldeanos lo protegieron hasta el fin de sus días. Según la leyenda, forma parte de las Joyas de la Corona danesa que la actual familia real luce en sus galas y que guarda en el Castillo de Rosenborg de Copenhague, en mitad del parque Kongens Have, que está siempre abierto para todo el que quiera visitarlo. Leones de piedra custodian su entrada.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Escaldo dice:

    ¡Muy buen trabajo Irene! Las leyendas sobre reyes y su reinado siempre me han parecido apasionantes. Las viejas historias llevan mucho mito pero también realidad. Espero con ganas más leyendas de este tipo.

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    1. Irene Liñán dice:

      No dudes en que las tendrás. Si algo tiene Escandinavia son leyendas. ¿Hay alguna temática que te guste más, aparte de las de los reinados?

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