En el mundo real también existen personas como los héroes de los cuentos. Ésos que han nacido en el seno de una familia rica y que prefieren regalar su fortuna y trabajar duramente, como cualquiera, antes que ver pasar la vida desde una posición acomodada. El billonario noruego Kjell Inge Røkke considera que la vida se ha portado más que generosamente con él durante sus 58 años de vida. Y ha decidido devolverle el favor.
A una edad a la que muchos empiezan ya a plantearse la jubilación o a soñar con un Euromillones, este empresario marítimo, el séptimo hombre más rico de Noruega, va a destinar su fortuna –la friolera de 2,7 billones de dólares– a construir el yate más grande del mundo. Uno que sea capaz de limpiar, procesar y reciclar el plástico acumulado en el fondo de los océanos, a la vez que fomenta la investigación sobre el cambio climático.
“Quiero recibir a bordo a investigadores, ecologistas y demás instituciones para adquirir nuevas habilidades que permitan descubrir soluciones innovadoras a los desafíos que plantea el océano”, explicaba Røkke hace unos días al diario noruego Aftenposten.
La idea es que REV (Research Expedition Vessel, el nombre del barco en inglés) esté listo para 2020, justo el año en el que teóricamente, se deben empezar a aplicar los recortes voluntarios de emisiones contaminantes contempladas en el Acuerdo de París.
El barco pretende remover cinco toneladas diarias de residuos de los mares sin emisiones tóxicas y albergar en su interior espacios para mini-submarinos, centros de exploración a 6.000 metros de profundidad, infraestructuras para tomar muestras y hueco para unos 60 científicos, a los que Røkke quiere pagar de su propio bolsillo. Un mastodonte con el que los científicos más optimistas sólo habían podido soñar.
El empresario ha involucrado a World Wildlife Fund (WWF) en el proyecto, que confesaba que pocas veces habían visto un compromiso similar. Una de las razones por las que Røkke quiere cooperar con ellos es porque no cree que estemos cerca del Juicio Final; o al menos, no en un punto de no retorno. Desde la visión de un amante del mar convencido como él, los desafíos medioambientales son grandes, pero aún pueden resolverse a base de esfuerzo. “Las tácticas del miedo no sirven en esta causa. Al contrario, la debilitan. No estamos cerca del fin del mundo”.
La vida profesional de Røkke se ha desarrollado cerca del mar desde su tardía adolescencia y, según dice, ese ambiente le ha dado grandes oportunidades de las que quiere seguir aprendiendo. “Quiero devolver a la sociedad el grueso de lo que he ganado. Este barco es para ella”, declara. Más allá del acto caritativo, de materializarse, REV podría significar un avance para la humanidad.
El pasado de quien nunca llegaría a nada (y también delinquió)
Antes de que Kjell Inge Røkke fuera un habitual en la prensa rosa de su país, primero fue un viejo conocido de sus profesores de instituto. Alumno introvertido y mal estudiante, nunca se ha avergonzado de su dislexia. Ni siquiera cuando una profesora les dijo a sus padres que su niño sería “bueno en nada”. En los medios de comunicación noruegos ha llegado a declarar que su enfermedad es lo que le ha ayudado a tener éxito en su trayectoria profesional. “No sería quien soy sin ella”, declara.
El joven no logró acabar el colegio ni estudió una carrera, pero lejos de darse por vencido, se mudó a Alaska con 18 años donde se inició su relación con el mar. Con el sueldo que ganaba trabajando de pescador, fundó su primera compañía, que terminó teniendo éxito gracias a la abundancia de pescado que había en la zona. Pese a ello, en los 90 decidió regresar a Oslo para construir una fortuna a base de comprar barcos antiguos y remodelarlos.

Una de esas operaciones hizo que diera con sus huesos en la cárcel en 2005. Røkke adquirió un bote ilegalmente, sin presentar licencia, fue juzgado por corrupción y condenado a 120 días de prisión. De ellos, pasó 25 cumpliendo con servicios a la comunidad. Mientras estuvo en la cárcel, se desarrolló su pasión por la filantropía. De repente, todos los diarios noruegos comenzaron a publicar que uno de los presos sorprendía a sus compañeros con 3.000 dólares en pizza.
Tres años después de eso, Røkke fundaba con su mujer la Aker Scolarship (algo así como la Beca Aker) para apoyar económicamente a los jóvenes noruegos que estudian postgrados en el extranjero.