
El sábado 22 de julio se cumplían seis años de la matanza de Utøya, la isla de Noruega donde el ultraderechista Anders Breivik tiroteó a un grupo de jóvenes del Partido Laborista que acudían a un campamento. Después hizo explotar una bomba en el centro de Oslo. Ambos atentados dejaron 76 muertos. En este sexto aniversario, todos los partidos políticos acudían a los escenarios de los crímenes para condenar lo sucedido. Incluido el Partido del Progreso, que gobierna Noruega y en el cual el propio Anders Breivik militó.
Polémico desde que entró en la cárcel, Breivik levantó polvareda en Noruega cuando aún se atrevió a quejarse de su situación de la cárcel en la que estaba. Con motivo del aniversario, rescato el reportaje que hice para la Cadena SER en abril de 2016 sobre las cárceles en Noruega. Espero que os guste 🙂
No se confunda; esto es una cárcel
El autor de la masacre de Noruega, Anders Breivik, ganaba esta semana un juicio contra su país por “violación de sus derechos humanos” al estar en régimen de aislamiento. Su caso ha puesto en jaque la moralidad de la que el país nórdico hace gala –al menos, sobre el papel-, pero lo cierto es que las prisiones noruegas son consideradas por visitantes, analistas y expertos como “las más humanas del mundo”. En ellas, las autoridades aplican como correctivo el principio de normalidad: la vida en la cárcel no debería ser demasiado diferente a la del mundo real y ésa es la mejor manera de hacer que un delincuente aprenda de su crimen.
Esta filosofía se sigue tanto en las cárceles de alta como de baja seguridad y el objetivo es que el preso se prepare cuanto antes para la reinserción en la vida en libertad. Y es que la pena máxima permitida por ley en Noruega es de 21 años. Lejos de ser arriesgado, el sistema ha demostrado que la reincidencia criminal noruega es de un 20%. En países como Reino Unido o España estamos casi en un 50%. En Estados Unidos, el 76% de los criminales que salen de prisión vuelven a entrar al cabo de cinco años.
Bastøy
Esta cárcel se asienta en una isla al sur de Oslo y es reconocida como la mejor del mundo. No tiene muros ni torres de vigilancia; parece más bien un pueblecito en medio de un fiordo al que acuden ciudadanos corrientes en sus vacaciones.
– Allí no hay celdas, sino casitas bajas individuales con baño y cocina. Los reos disponen de sus propias llaves.
– Pueden salir a pasear por la isla, bañarse en la playa en verano o esquiar en invierno; jugar al tenis, montar a caballo u organizar competiciones deportivas.
– El centro tiene talleres de formación de pesca, ganadería, agricultura, cocina y marinería para que los presos puedan ganar un sueldo.
En este contexto, la palabra fuga haría la boca agua. Sin embargo, los internos ni lo intentan porque, de hacerlo, serían transferidos a una cárcel más dura. Los guardias de Bastøy comprueban varias veces al día que siguen allí. Y, en caso de que alguien consiga escapar, el gobernador del centro ya pidió que “por lo menos, llamen por teléfono para que sepamos que están bien”.
Halden
Se parece más al prototipo de prisión: alta seguridad y habitaciones con rejas en las ventanas. Aunque no lo parece, por las palabras que el exdirector de prisiones de Nueva York dijo al visitarla: “No creo que se pueda ser más progresista, a menos que les des las llaves de la cárcel a los presos”.
– Igual que en Bastøy, los presos tienen talleres donde trabajar: ebanistería, metalurgia, restauración, jardinería, música y pintura.
– El servicio médico es permanente y un pastor protestante pasa por allí varias veces.
– Los que no quieren trabajar pueden estudiar. El estado noruego cubre gratuitamente desde la educación primaria hasta la universitaria.
– Independientemente de si los reos trabajan o estudian, reciben una asignación semanal de 6,5 euros y de 20 los fines de semana con la que se costean sus comidas y necesidades en el supermercado de la cárcel.
Todos los delincuentes pasan primero por centros de máxima seguridad antes de llegar a cárceles menos estrictas. Actualmente, sólo Anders Breivik y otras 93 personas están aislados en una prisión de alta seguridad en Noruega.
El caso «excepcional» de Breivik desafía el sistema

Anders Breivik confesó que había cometido los atentados, «que volvería a hacerlo» y fue condenado en 2012 a 21 años de prisión prorrogables mientras el Estado le siga considerando un peligro público. Cumple su pena en la prisión de alta seguridad de Skien, de la que pocos creen que vaya a salir dado su nulo arrepentimiento y el sentimiento de odio que despierta en Noruega.
Aun así, dispone de tres celdas para él sólo –una para dormir, otra para estudiar y leer y otra para hacer ejercicio; televisión con varios canales; videojuegos; teléfono; ordenador; periódicos; y cocina donde prepararse su propia comida y lavar su ropa.

Breivik se querelló contra su país porque considera «degradante y violador de sus derechos humanos» el hecho de llevar aislado cinco años del resto de reclusos; con inspecciones físicas incluso desnudo; y controles de cartas, llamadas y visitas. Lo cierto es que es la primera vez en la historia que el Estado noruego toma esas precauciones con un preso, y el país deberá pagarle 35.000 euros ante el estupor de los familiares de las víctimas de los atentados.
La magistrada que ha estudiado la denuncia defendía que se controla la correspondencia de Breivik para evitar que propague sus ideas, pero que esto no le ha impedido entrevistarse con familiares. Afirmaba también que está aislado para proteger su integridad física y por el riesgo de fuga y la “alta peligrosidad” de este individuo que las autoridades remarcan una y otra vez.