Durante las elecciones que Noruega ha celebrado la semana pasada, el diario Aftenposten calificó los sondeos como “thriller electoral”. Por primera vez en 30 años, el partido conservador Høyre renueva mandato. Y su primera ministra, Erna Solberg, de risas y con tarta.

La vida real: los noruegos están cabreados y se les nota. Antes, las elecciones eran guateques. Este año, sólo ha votado un 78% de la población. Aupado por la decepción de los votantes de la oposición laborista y verde, que se han quedado compuestos y sin representación parlamentaria; y por una sociedad fragmentada hasta en que dos y dos son cuatro, el bloque conservador (Høyre, el Partido del Progreso, los liberales y los democristianos) alcanzan la mayoría absoluta con 89 escaños.
El chiste: Erna de hierro debería estar en el séptimo sueño para pensar que puede gobernar en solitario y repetirá su peor pesadilla, o será la más fracasada de la clase.
El cuadrado amoroso se sentará a negociar, pero con el Partido del Progreso nuevamente a la derecha del padre. Olviden los gulags, el genocidio de Ruanda, el conflicto armenio o los jemeres rojos. Esta perla mora tiñe su discurso del color de sus corbatas: no refugiados, sí Soldados de Odín, una panda de veinteañeros con los que no me gustaría jugar a las cartas y que recorren las calles de Finlandia a Noruega ataviados con pasamontañas.
El chiste: sin “los progres”, la victoria de Solberg vale lo que un euro de chocolate. Fueron amos del Ministerio de Inmigración, y de otros seis más en el mandato anterior. Liberales y democristianos dieron su apoyo entonces, pero cerraron los ojos para no verlo.

Al saberse que la matanza de Utøya la cometió un afiliado a Høyre que simpatizaba con “los progres” la cosa estaba calentita. La llamada “generación de Utøya” se abrió paso a codazos en la política. Quisieron poner patas arriba los partidos de centro, que empezaban a hacer ojitos al radicalismo y a insultar al queso extranjero. Pusieron en evidencia a una señora con una autoridad política que ni está ni se la espera: el Partido del Progreso metía la mano a su antojo en el Ejecutivo desde la crisis del petróleo hasta tirar del mayor fondo soberano del mundo, pasando por los irrisorios impuestos voluntarios. La Merkel noruega, mientras tanto, demostraba su buena mano con los Pokémon.
El chiste: a la “generación de Utøya” le ha dado lo mismo. Su labor es carne de otra entrada, pero de un tiempo a esta parte, las elecciones en Europa las gana el centro-derecha, pero en la casa presidencial hay una butaca para quien realmente dirige la orquesta.