Desde hace dos años, el mundo contempla, con ojos como platos, una crisis de refugiados sin precedentes desde el éxodo masivo de personas que trajo la II Guerra Mundial. Sin embargo, Suecia lleva 20 años siendo testigo de una misteriosa enfermedad psicológica que azota a los hijos de los inmigrantes refugiados del país. Sólo en Suecia. Sólo los niños. Y nadie sabe exactamente por qué. Los expertos lo han bautizado como Síndrome de Resignación (uppgivenhetssyndrom). El primer caso se registró hace 10 años, en 1998, pero ha sido ahora cuando se han denunciado públicamente.

Según Göran Bodegård, director de la unidad psiquiátrica para niños del Hospital Universitario Karolinska, en Estocolmo, los síntomas incluyen el aislamiento completo: «Dejan de hablar, de moverse, de abrir los ojos. Carecen de tono, están retraídos, mudos, incapaces de comer y beber y sin reaccionar ante estímulos físicos y el dolor». Eventualmente, se recuperan.
Aunque las cifras no están claras, algunos investigadores hablan de cientos de niños afectados, muchos de ellos, de padres yugoslavos o yazidíes. Entran en ese «estado de coma» cuando reciben la noticia de que sus familias deben ser deportadas por no haber obtenido el permiso estatal de asilo. Pero ¿por qué esto sólo parece ocurrir en Suecia? ¿Por qué sólo un determinado grupo de menores? Buena pregunta. Muchas son las teorías arrojadas. Según el neurólogo sueco Karl Sallin, del Hospital Infantil Astrid Lindgren de Estocolmo, los niños que padecen estrés suelen sintomatizarlo peor y más agudamente que los adultos. Los más escépticos afirman que es una estrategia para evitar la deportación. Pero por el momento, cero respuestas a por qué Suecia es la cuna de este síndrome. «Que sepamos, no se ha informado de ningún caso fuera de nuestro país», asegura Sallin.
«Los niños dejan de hablar, de moverse, de abrir los ojos. Carecen de tono, están retraídos, mudos, incapaces de comer y beber y sin reaccionar ante estímulos físicos y el dolor»
Göran Bodegård, Hospital Universitario Karolinska

El fenómeno se conoció en 2017 fuera del país nórdico, cuando la revista The New Yorker publicó un reportaje sobre algo llamado Síndrome de Resignación. El artículo causó tal revuelo que más de 60.000 ciudadanos suecos pidieron la detención inmediata de las deportaciones (se seguían produciendo mientras los niños caían enfermos) y amnistía para las víctimas. El efecto logró otorgar estancia a 30.000 familias cuya deportación era inminente. Sin embargo, la enfermedad seguía presente incluso en los pequeños que conseguían asilo.
Una aterradora historia

La cadena pública británica BBC se hacía eco de la historia de Sophie, un pseudónimo para nombrar a una niña de nueve años a la que le encantaba bailar y cuya familia proviene de la antigua Unión Soviética. Llegaron a una pequeña localidad del centro de Suecia en 2015 y residen en un centro de refugiados. Desde ese año, la pequeña no se mueve. No habla. No abre los ojos ni la boca. A pesar de que sus constantes vitales son normales y sus reflejos están en orden, Sophie permanece en un estado vegetativo, acostada en su cama, con un pañal y una sonda a través de la cual recibe alimento.
«El mundo en que han nacido los niños como Sophie es tan terrible que se vuelven hacia sí mismos y desconectan la parte consciente de su cerebro«, explica Elisabeth Hultcrantz, voluntaria de Médicos del Mundo. «Nadie puede imaginar el trauma que supone para un niño vivir situaciones de violencia extrema contra sus padres y huir de un ambiente profundamente inseguro».

Precisamente los padres de Sophie fueron víctimas de una brutal persecución en su país de origen por una mafia local. Ambos fueron torturados y golpeados en presencia de la niña por una serie de hombres vestidos con uniformes policiales. La madre pudo huir y llevarse a Sophie, pero el padre no pudo escapar. Pasaron días hasta que el padre fue liberado. Desde entonces, vivieron escondiéndose en casas de amigos, huyendo de cualquier persona que les siguiese por la calle. Cuando llegaron a Suecia tres meses más tarde, la Policía los retuvo durante horas para posteriormente notificarles que no podrían quedarse en el país. Según los padres, ahí fue cuando su hija empezó a deteriorarse.
“Prometieron que los matarían si volvían a su país. Nada más devastador podría ocurrir”, explica Hultcrantz. Según la facultativa, los niños con el Síndrome de Resignación no mueren, pero lo primero que necesitan es el aliciente de la seguridad, saber que el lugar donde han llegado les tratará mejor. No que existe una posibilidad de que se les devuelva al horror de donde vienen, por ínfima que sea. Pero eso es algo que, por desgracia, no arregla un diagnóstico médico. “Yo sólo puedo mantenerla viva. Como médico, no puedo decidir si estos niños se quedan en Suecia o no”.
Mientras, sus padres no han visto cambios en su hija desde que llegaron. Sus días están regidos por el estado de la niña: los ejercicios para que sus músculos no se atrofien, los intentos para reanimarla con música y los paseos por el exterior en silla de ruedas.
Si la esperanza es un revulsivo…
- Ley sueca de inmigración de 2016: limita las posibilidades de que los buscadores de asilo encuentren residencia permanente en el país. Hasta entonces, un niño enfermo podía quedarse con su familia. Pero la llegada de 300.000 inmigrantes en apenas tres años cambió la situación. Los solicitantes reciben una visa de 13 meses a tres años. La de Sophie y los suyos expira dentro de dos meses.
- Los casos de Síndrome de Resignación empezaron a registrarse en 1990.
- Entre 2003 y 2005 se registraron más de 400 casos en Suecia, el pico más alto conocido.
- Entre 2015 y 2016, la Junta Nacional de Salud de Suecia denunció otros 169 casos.
- La mayoría de los menores afectados provienen de la antigua URSS, los Balcanes, o son de etnia gitana o yazidí. Ninguno proviene de África, muy pocos de Asia y apenas los hay que hayan llegado a Europa solos.
- A diferencia de Sophie, los menores estudiados llevaban un tiempo viviendo en Suecia, hablan el idioma y están más o menos adaptados a su nueva forma de vida, según la Junta Nacional de Salud.
La ineptitud para resolver la crisis de los refugiados es, sin ningún género de duda, el problema humanitario más grave al que se enfrenta el mundo. Ésta es sólo una de sus consecuencias.