Escocia ha sido mi primer viaje en casi tres años. Seis días en enero que dieron para conocer Edimburgo y Saint Andrews, y que son la primera parte del viaje a esta región británica. Aún me quedan las Highlands y los pueblecitos costeros del este… Recuerdo que cuando buscaba información sobre qué hacer, percibía que no había ningún rincón que no mereciera la pena visitar…
El escocés: marcando la diferencia con el resto de Gran Bretaña
El furioso vendaval que recorre Escocia marca el particular carácter de estos ciudadanos británicos (que no ingleses). Fuertes, con determinación y completamente convencidos y orgullosos de sus tradiciones, que respetan al máximo y para las que exigen a los extranjeros el mismo grado de respeto. Resultan igual de correctos y educados que sus vecinos del sur, pero no se parecen a ellos.
Perspectiva de Princess Street y del resto de la zona comercial moderna desde lo alto del Castillo de Edimburgo
Ewan es escocés. Toca en una banda de punk aficionada y lo compagina con su trabajo de dependiente en una tienda de Princess Street, la calle más comercial de Edimburgo
«May I help you?». Yo estaba indecisa entre un tipo de manta u otra para regalarle a un amigo. Le expliqué que este chico pasa bastante frío, pero que en mi maleta el espacio cada vez era menor. Me aconsejó perfectamente y me acompañó a la caja. Me preguntó mi nombre, de dónde era y se disculpó cuando sus anillos y pulseras se le engancharon en la manta. «Let me bring you another one». Me trajo otra y me regaló una bolsa preciosa para llevarla. «How do you like Edinburg?» (allí lo pronuncian como Edinbrah). Me confesé: «Is it always as windy as today?». «Always», sonrió.
El escocés se acerca a ti. Te sonríe. Se preocupa por ti. Te da conversación aunque sólo vayas a comprar una botella de agua. Se interesa por tu lugar de procedencia. Te cuenta su experiencia en tu país, si alguna vez lo ha visitado. Y si no, te pregunta cómo es. Agradece tu esfuerzo por hablar en inglés, tanto si lo hablas con fluidez como si no. Incluso intenta chapurrear algo en tu idioma.
La puerta principal del Palacio de Holyrood en el único momento de los seis días que lució el sol
Maike es escocés. Lleva 20 años en el equipo del Palacio de Holyrood. Desde hace cinco vende las entradas en una garita detrás de la tienda de recuerdos
«Where are do you from?», me preguntó cuando le dije que quería una entrada al Palacio. Le dije que era española, que venía de Madrid. «I’ve realized for your hair and your dark eyes, your English is really impressive, though», respondió con una sonrisa. «I was in Spain a couple of times. I first travelled to Barcelona and then moved down to Madrid. I loved that city. You guys move around too quickly, but still I wasastonished by its sun, its people and its monuments». Me preguntó si me gustaba Edimburgo y cuando me entregó la entrada, me dijo: «Muishas grasias. Desfruithe».
Te habla de Escocia y de su historia. No quieren parecerse a los ingleses. Están orgullosos de ser escoceses. Orgullosos de su reino, que aún consideran propio. Porque, de hecho, lo es.
Por qué un escocés considera un insulto que le llames “inglés”
Porque no lo son: Reino Unido está formado por Gales (principado), Inglaterra y Escocia (nación). Decir que un escocés es inglés sería, principalmente, una falta grave de rigor. Y segundo, porque durante mucho tiempo, Escocia fue una provincia de Inglaterra a la que se le obligó a renunciar a todo lo que había creado con sus manos durante siglos.
Acertada o erróneamente, creen a los ingleses responsables del infortunio de su tesoro: las diferentes dinastías de reyes de Escocia fueron los impulsores de obras tan majestuosas como el Castillo de Edimburgo y el Palacio Real de Holyrood. Los llamados Honores de Escocia –la corona, el cetro y la espada que componen el Tesoro Real- fue forjado por orden del primer rey de Escocia, Roberto I, “The Bruce”, y pasaron por María Estuardo, sus hijos y sus nietos.
Ahí empezó el baile: el régimen del general inglés Oliver Cromwell quiso asegurarse la sumisión de Escocia. Tomó sus instituciones, asesinó a sus reyes y destruyó su autonomía. Sin embargo, monarcas y plebeyos construyeron un pasadizo subterráneo entre varias parroquias y el Castillo de Edimburgo para esconder los Honores e irlos cambiando de sitio para asegurarse de que los ingleses nunca lo encontrasen.
Desconfiados de las intenciones de los ingleses y de demás pueblos que mantuvieron conflictos armados con Escocia, las joyas ni siquiera se usaron en coronaciones en tiempos de paz. Varias veces Inglaterra cercó los Honores, que permanecieron escondidos y en el olvido hasta que un tal Walter Scott encontró un arca sellada a seis metros bajo el suelo del Castillo de Edimburgo, enterrada entre dos capas de piedras. Allí estaban. Desde 1819, las joyas vuelven a estar expuestas al público en una diminuta sala blindada de la fortaleza, donde apenas caben ocho personas, de las cuales cuatro son vigilantes armados.
El tesoro sólo ha salido de allí para ser presentado a Isabel II –para disgusto e indignación de los escoceses. Y durante los episodios bélicos más cruentos en los que tanto Escocia como Inglaterra tomaron parte –la II Guerra Mundial, el conflicto de Vietnam o Afganistán- también «desapareció».
No pueden vivir sin Londres, no hay manera
Vista de la parte vieja de la ciudad de Edimburgo desde Princess Street – Waverley
En 1603 Jacobo I de Inglaterra –escocés- unió las tres coronas para formar Reino Unido, pero quiso que Escocia continuase siendo autónoma, con su comercio exterior. 100 años después, se dieron cuenta de que el comercio con América del Norte no rentaba a los del otro lado del océano tanto como los beneficios que obtenían comerciando con Londres, que les daba acceso al continente más fácilmente. En 1707, los escoceses firmaron la paz definitiva con Inglaterra y aceptaron renunciar a su Parlamento y sus instituciones a cambio de no morir de hambre. De ahí que el hipotético abandono de la Unión Europea fuese una espina en su costado.
Llevan el Brexit clavado en el alma
Los escoceses no quieren oír hablar de Brexit. Su hartazgo con el asunto es similar al del conflicto España-Cataluña. Lucen con orgullo su bandera azul con la cruz blanca sobre ella. Las banderas escocesas abundan en Edimburgo, mientras que las de Reino Unido escasean un poco más. La más visible está en el Royal Bank of Scotland. Cuando sales de Edimburgo, no abundan ni una ni otra.
El edificio del Royal Bank of Scotland es uno de los más vistosos e imponentes de Edimburgo. También es de los pocos que incluye en su fachada la bandera inglesa
En Escocia no les gusta hablar de problemas políticos. La opinión suele ser contraria a la salida de Reino Unido de la Unión Europea, pero llevan mal eso de ser “el culo de Gran Bretaña”. Esto me lo dijo un comerciante que me vendió una bufanda con el típico estampado de tartán. Aprovechando la coyuntura, intenté sonsacar al hombre, pero no entró al trapo. Simplemente me dijo que en Escocia había sentado muy mal ese extremismo inglés tan de repente.
Shannon. Camarera en The Elephant House
«Los ingleses pueden hacer lo que les dé la gana. Pero a los demás que nos dejen tranquilos«.
Vista del Castillo de Edimburgo desde una pequeña plaza rodeada de bares. En esas plazas es muy típico encontrar mercadillos de productos autóctonos escoceses
Aimee. Guía turística en el Castillo de Edimburgo
«No queremos una independencia de Reino Unido. Costó mucho tiempo ser un reino unido y hubo demasiados muertos. Pero tampoco queremos acabar fuera de otra Unión que costó mucho sudor construir por deseo de uno solo. La Unión Europea no es perfecta, pero tiene partes positivas que, de marcharnos, Londres suprimiría. Sin ella, Escocia tendría muy difícil pertenecer al mundo integrado y desarrollado«.
Es decir, que están ligeramente hartos de bailar al compás que marca Londres. Sin embargo, tienen la certeza de que el Brexit y la consecuente independencia de Escocia no se producirán. Y, sabiendo que yo era española en medio de una excursión a un palacio construido por el Reino escocés (que ahora usa y disfruta la reina de Inglaterra), el guía lanzó un mensaje:
Connor. Guía turístico en el Palacio de Holyrood
«Aquí sienta muy mal la comparación que hacen los independentistas catalanes con nosotros. El motivo que provocaría una independencia escocesa es radicalmente opuesto al que tiene Cataluña. El líder catalán [se refería a Puigdemont] quiere lo mismo que Nigel Farage [líder del partido separatista UKIP]«.
Un respeto por sus tradiciones nuevo para mí
Los ceilidh: no aptos para personas con cualquier problema de salud. Los ceilidh son los bailes tradicionales escoceses. En el caso de los escoceses, es justo generalizar. Todos saben bailar ceilidh y a la vez, nadie tiene ni idea. Me explico: el ceilidh está compuesto de un amplísimo repertorio de danzas que varían en duración, dificultad y número de participantes que se necesitan. No hay un orden establecido ni unas normas concretas, así que lo más normal es acordar los pasos del siguiente baile sobre la marcha. A partir de ahí, la gente se mueve sin necesidad de seguir a ningún profesional porque los pasos son siempre los mismos dentro de una misma danza.
Para los escoceses, esta danza es ancestral y forma parte de su cultura hasta el punto de que los niños comienzan a recibir clases obligatorias en los colegios y continúan en los institutos. Se bailan en las bodas, los cumpleaños, las reuniones de amigos, en Navidad, en las fiestas de empresa, en locales especializados… De ahí que, en mi primera experiencia con esta particular danza, viese desde pequeños de unos cinco años hasta personas de 70, pasando por adolescentes, profesionales y no profesionales, bailar todos con todos como si se conocieran de toda la vida. Allí no importa ser el mejor bailarín: sólo reírse de lo lindo, hacer muchísimo ejercicio (acabas bañado en sudor) y moverse lo más rápido y con la mayor fuerza posible.
Los difuntos: casi más importantes que los vivos
La cultura escocesa se ha visto envuelta en numerosos episodios que han acabado en tragedia. El castillo de Edimburgo esconde un enorme mausoleo que, en principio, se construyó para recordar a los miles de soldados escoceses muertos en la I Guerra Mundial. Te lo advierte el vigilante al entrar: ése es probablemente el lugar de Edimburgo donde reina un mayor nivel de silencio. Prohibidas las fotos y prohibido hablar si no es en susurros. En la nave principal hay una gran escultura rodeada de docenas de coronas de flores que llegan de todas partes de Escocia: de autoridades locales, pero también del propio equipo de trabajo de mantenimiento del castillo y de personas anónimas que se acercan a recordar a sus bisabuelos y antepasados.
Por las paredes de todo el edificio hay enormes libros encuadernados en madera sellados con candados. Sólo uno está abierto. En él se pueden leer cientos de nombres de soldados escoceses fallecidos a lo largo de la historia contemporánea en batallas mundiales. Desde la Guerra de Vietnam o el bombardeo de Pearl Harbor, pasando por las misiones y actos solidarios en el Kurdistán, Europa del Este, el cuerno de África o América Latina. Nombres, apellidos, fecha y lugar de nacimiento y muerte y una frase de los familiares en su recuerdo. Ese mausoleo se ha convertido finalmente en el registro legal por antonomasia de los caídos por Escocia.
Banco dedicado a la memoria de los padres de alguien
Además, si bien las papeleras escasean, lo que más abunda en la ciudad son los bancos de listones de madera. Todos ellos llevan una pequeña placa metálica. Cada banco de Edimburgo está dedicado a la memoria de alguien por encargo de algún familiar o amigo.
Los cementerios, o cómo cuidar de las áreas más bonitas de Escocia sin que pierdan su carácter macabro
Algunas calles de las ciudades de Escocia quedan atravesadas por closes, unos pequeñísimos callejones que van a parar a otras calles, a patios interiores o a los famosos cementerios, que se pueden encontrar prácticamente en cada esquina. Es difícil hacer una lista de los cientos de ellos que hay sólo en Edimburgo y Saint Andrews. Quizá los más conocidos sean Greyfriars Kirkyard y el de la Catedral de Saint Andrews.
Las historias de Greyfriars Kirkyard, las más tenebrosas de Edimburgo: en los nombres de algunos de sus muertos se inspiró J.K. Rowling para sus personajes de Harry Potter. Y el Black Mausoleum y la cárcel que está junto a él fueron objeto de diversos estudios parapsicológicos. El Black Mausoleum es la tumba erigida al abogado George Mackenzie, que a finales del siglo XVII metió en la prisión aledaña a más de un millar de Covenanters –un movimiento religioso presbiteriano que básicamente intentó llevar la contraria a los católicos encontrando la muerte en celdas abiertas al frío, a las torturas físicas y a la peste.
Tanto el Black Mausoleum como la cárcel están actualmente cerrados incluso al mantenimiento del cementerio por la presión social. Programas sensacionalistas, reputados expertos, turistas… Muchas fueron las personas que aseguraron que habían salido de ambos lugares con arañazos que antes no tenían y que habían escuchado voces rogando ayuda.
Saint Andrews Kirkyard: aparte de eso, los cementerios escoceses casi nunca están vacíos. Si bien no es tan típico como aquí dejar flores a los fallecidos al aire libre, sí es común ver a familiares rezar ante las lápidas. Y en verano, los camposantos se llenan de gente que va a disfrutar de un día de sol y picnic junto a las tumbas. Además, en las regiones más pequeñas, como Saint Andrews, cuentan con cierta ventaja: la catedral, destruida en un incendio y nunca recuperada, tiene en su interior el cementerio, que da directamente al mar. Así que tampoco es descabellado ver a los estudiantes en mangas de bermudas tomando el sol.
Literatura y cine allá donde mires
Edimburgo: sólo en Edimburgo hay más de cien escenarios donde los grandes creadores de las letras británicas y los más famosos cineastas encontraron inspiración. J.K. Rowling encontró el Callejón Diagon en una diminuta y retorcida calle comercial llamada Victoria’s Street. The Elephant House es una humilde cafetería que puede presumir de tener cola a todas horas: todo el mundo quiere entrar al lugar donde Rowling tomaba su té con vistas a Greyfriars Kirkyard mientras escribía la saga de libros más famosa de todos los tiempos.
Arthut Conan Doyle y Oscar Wilde finalmente escogieron a la prolífica Londres para adquirir mayor fama y éxito de ventas para Sherlock Holmes y Dorian Grey. Sin embargo, ambos personajes fueron producto de numerosos viajes a Edimburgo. Incluso algunas calles –tanto de los libros como de las películas- son escenarios originales de la capital escocesa. William Wallace libró una cruenta batalla en la Guerra de Independencia de Escocia contra Inglaterra. La película se rodó entre Edimburgo, Stirling y las Highlands.
Cierto día, un tal Robert Louis Stevenson entró en Deacon Brodie’s Café. El lugar está construido encima de las ruinas de una capilla que antes fue el taller de trabajo de William Brodie. Hombre de negocios y fabricante de cajas fuertes durante el día y ladrón por la noche, armó cientos de mecanismos y llaves que forzaba cuando robaba en casa de sus clientes. Brodie fue ajusticiado en una horca que él mismo había diseñado. Su historia puede verse en la greca pintada a mano que recorre la pared del local. Ahí nacieron el Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
Saint Andrews: las pequeñas poblaciones de Escocia se han reservado el derecho de formar parte de las escenografías más conocidas del mundo. Carros de fuego nos imprimía en la retina la imagen de una veintena de chicos corriendo por una playa a cámara lenta mientras sonaba una melodía inconfundible. Es la ventosísima playas de West Sands, justo delante del club de golf por el que tan conocida es esta ciudad.
Del lado del corazón, Saint Andrews ofreció al mundo la historia del príncipe Guillermo de Inglaterra y una tal Kate Middleton, ambos estudiantes de Historia en la antiquísima facultad que la universidad tiene en la calle principal. Unos metros más abajo, casi al pie de la catedral, hay un café de color rojo donde tuvieron su primera cita para tomar un café. Aparte de eso, Saint Andrews llama la atención por ser una especie de Nueva Orleans escocesa: el bullicio estudiantil de la calle principal, repleta de comercios, se corta de golpe en cuanto tuerces hacia alguna callecita aledaña. Tres pasos y el silencio es sepulcral.
Los colegios, las afueras y las casas particulares tienen un encanto especial
El colegio Howarts real
Las escuelas en Escocia son instituciones de muy alto nivel y verdaderos palacios. Joyas arquitectónicas que cualquier turista despistado fotografiaría. Algunas, como las de Saint Andrews, tienen el privilegio de estar en enclaves privados. Desconozco la cantidad de colegios públicos que habrá en Escocia. Pero en pocos lugares he visto a todos los niños salir de los colegios e institutos vestidos de uniforme. Casi todos van iguales: chaqueta americana y corbata para todos. Tuve que sonreír en varias ocasiones: era divertido ver la pulcritud con la que algunos chavales llevan el uniforme… y unas deportivas manchadas de barro con media suela rota.
En el caso de Edimburgo, las afueras también han sido escenario de numerosos episodios que forman parte de la cultura mundialmente conocida de Gran Bretaña. El barrio portuario de Leith fue uno de los puntos neurálgicos del punk de los 70. De aspecto humilde y de calles rodeadas de casas altas y grises, Leith vio nacer el anarquismo británico y los problemas de los más jóvenes con las drogas que empezaban a llegar por entonces. Me imagino que a todo el mundo le suena Trainspotting…
El agua de Leith –literalmente el río Water of Leith- nos lleva hasta Dean Village, un pequeño pueblecito en el rincón más tranquilo donde el tiempo se detuvo en el siglo XVIII. La foto habla. Paseando por la linde de su bosque llegas a la que se considera la calle más bonita de la ciudad, Ann Street. Esta calle, que en verano está cuajada de flores, es el comienzo de Comely Bank, la zona residencial de la gente más pudiente. Quizá yo sea muy rara, pero me encanta echar un vistazo rápido –según paso, nada de voyerismo- al interior de las casitas. Y gracias a esas viviendas tan limpias y ordenadas, terminé por enamorarme del barrio. En una de ellas, pude ver un salón-cocina con un enorme sofá rosa y una señora planchando en bata y con rulos…
… y de momento, vale ya. Como éste no es un blog de viajes, no quiero aburrir a nadie –ni siquiera a mí misma- contando otras cosas que cualquiera podría contar mejor que yo. A mí me gusta más transmitir la esencia de lo que veo y la gente a la que conozco. Y me quedan por conocer las Tierras Altas y lo que esconden sus escenarios.