Todavía hay quien anda secándose el sudor en las filas socialdemócratas suecas. Después de cinco meses de bloqueo político, algo inédito en la historia del país, el último primer ministro, el socialdemócrata Stefan Löfven, ha renovado mandato gracias a la abstención de dos partidos de la derecha y de los ex comunistas. Löfven gobernará en coalición con los Verdes; de esta forma, la ultraderecha de los Demócratas de Suecia (SD) queda aislada de cualquier acceso al poder, aunque su posición en el Riskdag (Parlamento) se hará oír bien fuerte: siguen conservando los 62 diputados que consiguieron en los comicios del 9 de septiembre.
No ha sido un camino de rosas para nadie, y menos para la sociademocracia de Suecia, que hasta ahora podía presumir de ser prácticamente la única que sobrevivía a la ola homófoba que planeaba en toda Europa, y especialmente, en los países escandinavos vecinos. Tres intentonas le costó al Riskdag nombrar un candidato con el que todos los partidos (incluida la Alianza de derecha, formada por Moderados, Liberales y Cristianodemócratas) estuvieran de acuerdo. El presidente del Riskdag, Andreas Norlén, llegó casi a obligar a los centristas a apoyar a Stefan Löfven para evitar una mayor influencia de la ultraderecha de la que ya tienen.

Después de un baile de cifras e intentos de pactos fallidos, la llave del gobierno del país cayó en las filas ex comunistas (Vänster, según el nombre del partido en sueco), lideradas por Jonas Sjöstedt y que cuentan con 28 diputados. Löfven y los suyos los llevaban coqueteando desde que el ya primer ministro fue elegido de nuevo candidato para el mandato. La voluntad de la izquierda no era precisamente facilitar un gobierno socialdemócrata ya que, según las condiciones de éstos, lo harían a cambio de nada: ni siquiera entrarían a formar parte de la coalición demócrata-verde. Finalmente, la presión del presidente del Riskdag convenció a los ex comunistas para otorgar una abstención, que sumada a la de los Cristianodemócratas y al sí de Liberales y Moderados, ya era suficiente para cerrar el cordón sanitario a SD durante cuatro años más. Eso sí: Löfven ahora tendrá que ajustarse a las condiciones de la izquierda, cuyas líneas rojas son la política de vivienda y seguridad laboral.

El sabor de la victoria en Suecia es ahora una mezcla de azúcar y limón: por un lado, sobrevive a una ideología con la que nadie -ni de izquierda ni de derecha- quiere tener que ver en ese país. Pero por otro, los socialdemócratas saben que van a tener que asegurar esa puerta cerrada con una silla para aguantar cuatro años más sin que el aplastante tercer puesto de los ultras de SD en el Riskdag les vuelva a pillar a todos con el pie cambiado. Éste era el último intento para formar gobierno antes de abocar al país a unas nuevas elecciones. En ese caso, las matemáticas habrían hablado y SD habría aumentado con mucho su influencia en la política.
En Noruega, la ultraderecha ocupa varios ministerios. En Finlandia está en declive, pero entró en un gobierno de coalición. Y en Dinamarca, ocupa la segunda posición y está logrando inclinar al país cada vez más a la derecha. Atención a Suecia, aunque de momento, el drama de sus vecinos le haya peinado el flequillo.