Han hecho falta dos años, pero finalmente, y de manera oficial, el Tribunal Supremo de Finlandia ha ilegalizado el ala local del Movimiento de Resistencia Nórdico (PVL, por sus siglas en finés), un grupo de extrema derecha radical que actúa en toda Escandinavia y que sus vecinos conocen bien, pero para cuyo avance no parecen tener ninguna fórmula más allá del cordón sanitario parlamentario a fuerzas extremistas simpatizantes con él.

El movimiento y dos subgrupos ya fueron ilegalizados en 2018 de forma temporal a petición de la Policía Nacional finlandesa. El detonante fue el asesinato de una persona en 2016 en la estación central de Helsinki. Dos simpatizantes del grupo, ahora en la cárcel, patearon a un hombre que repartía propaganda antirracista y que murió en el hospital a causa de las heridas. Meses después, dos miembros del partido Verdaderos Finlandeses (también de extrema derecha, pero más moderados, y segunda fuerza política en Finlandia) sufrían un intento de asesinato por parte del ala más extremista del movimiento.

El Alto Tribunal anula así los dos recursos presentados por la cúpula del PVL frente a la denuncia de los mandos policiales. Considera en su escrito el permanente uso del odio contra extranjeros y judíos por parte del PVL, sus actos violentos, «la violación de la ley y los principios aceptados por la moral» y «su estructura similar a una milicia» como suficientes motivos para incluir a la rama finlandesa en la lista negra de formaciones que deben ser ilegalizadas «porque sus formas y argumentos no tienen cabida en la libertad de expresión«.
Identificado como un movimiento neonazi, el PVL tiene simpatizantes en Noruega, Dinamarca y, en mucha menor medida, Islandia. En Suecia funciona como partido político que, aunque sin representación parlamentaria, sí recibe el visto bueno de formaciones como Demócratas Suecos, terceros en las elecciones de 2018. Finlandia da así un paso histórico en la democracia escandinava que no se han atrevido a dar sus vecinos, que se ven acorralados por sus propias Constituciones en las que se recoge, como en la española, el derecho a la libertad de expresión como derecho fundamental.
Encaje de bolillos en Escandinavia
Finlandia, tiro en el pie por el bien común

Finlandia tiene un curioso récord: ser el gobierno de coalición con la primera ministra más joven del mundo a la que acompañan otras cuatro mujeres, también treintañeras, procedentes de partidos que van desde la izquierda más radical hasta el centro-derecha. El ascenso de Sanna Marin, no obstante, se produjo en un contexto complejo para su formación, el Partido Socialdemócrata: su antiguo líder dimitió tras apenas seis meses en el cargo por su mala gestión de una huelga de Correos.
De haber lanzado al país a unas nuevas elecciones, la victoria habría sido para los Verdaderos Finlandeses, que ahora trata de lavar su imagen y el carácter excluyente de su primer nombre pasando a llamarse Partido de los Finlandeses y expulsando de la formación a su propia ala juvenil «por extremistas y racistas». Esta formación, según los sondeos, habría ganado con un aplastante 24% de los votos, habiendo quedado en 2019 en segunda posición. Para evitarlo, la coalición de gobierno dejó caer al primer ministro y colocó, por amplia mayoría de acuerdo en el Parlamento, a su actual sucesora.
Suecia, los blandos

En las elecciones de septiembre de 2018, el partido neonazi Demócratas Suecos (SD) cosechó un incontestable 17,6% de los votos. Aquello suponía el fin del bipartidismo en un país en el que parecía imposible ver extremismos sentados en el Riskdag (Parlamento). El azote de la socialdemocracia se llamaba Jimmie Åkesson y su ascenso revolucionó tanto el mundo de la política que las elecciones de aquel año se convirtieron en un auténtico dolor de cabeza para el actual primer ministro, Stefan Löfven. Meses de negociaciones para tratar de bloquear el acceso de la ultraderecha al poder acabaron con 62 diputados para SD. Y todo por acción del presidente del Riskdag, de la derecha moderada, que prácticamente obligó a comunistas y conservadores a apoyar a Löfven.
Sin embargo, la filosofía sueca parece impedir a la Administración adoptar un tono más contundente con algunos discursos que fomentan, entre otros, los discursos de odio o las quemas de ejemplares del Corán en las calles de Malmö, la ciudad con mayor índice de inmigración musulmana del país. Explotando la crisis de refugiados de 2015, Åkesson ha logrado una aceptación que se mantiene aislada en la política, pero no en las calles, donde sigue ganando apoyos.
Aquí, tanto el Movimiento de Resistencia Nórdico como formaciones similares (los Soldados de Odín), han radicalizado sus posturas y tienen militantes acusados de varios delitos. Por ejemplo, Andreas Johansson, una de las cabezas salientes de la rama sueca del movimiento que publica un podcast en Internet y que puede escucharse a continuación en este mismo artículo.
Dinamarca, poder en la sombra

La derecha populista goza de una salud de hierro en el vecino del sur. Forjado por grupos antisemitas y de corte neonazi, y apoyado en determinados discursos por subgrupos sin representación parlamentaria (como el xenófobo Stram Kurs), el Partido Popular Danés ha basado su discurso en una cuestión personal contra el Islam; algo que les llevó a ser segunda fuerza política de 2015 a 2019 con el 21% de apoyos. El año pasado, la llegada al poder en minoría del Partido Socialdemócrata templó ligeramente los ánimos y la ultraderecha se desplomó hasta el 9% en intención de voto.
Sin embargo, su estrategia fue más que inteligente: sin llegar a formar parte de ningún Ejecutivo, tuvieron en su mano la llave del gobierno conservador de estos últimos cuatro años, en el que marcaron la agenda y pidieron, entre otras cosas, penalizar el uso del burka, confiscar bienes a los inmigrantes e incluso penas de cárcel para los mendigos en las calles de Copenhague. Esta última campaña se saldó con más de medio centenar de detenidos, de los que ninguno era danés.
Noruega, ¿de qué te quejas?

La primera ministra Erna Solberg pedía a Suecia la semana pasada una mejor coordinación entre ambas administraciones porque, según sus datos, «muchos delitos en Noruega los cometen neonazis suecos». Unas declaraciones que no gustaron nada al Ejecutivo vecino, que recordó a Solberg sus reticencias a ilegalizar el partido al que perteneció el asesino de Utøya y Oslo, Anders Breivik.
Reproches aparte, lo cierto es que el gobierno de coalición conservador de Solberg se ha sostenido desde 2013 gracias al respaldo del Partido del Progreso (FrP), la principal fuerza antiinmigración y formación de la que Breivik formó parte antes de matar a 77 personas. Sin embargo, en enero de este mismo año FrP decidía dejar al Ejecutivo en minoría por la decisión de los otros partidos de la ecuación de repatriar a Noruega a una mujer supuestamente vinculada con el ISIS y a uno de sus hijos para que pudiera recibir tratamiento médico.
FrP ha contado con el visto bueno de la mayoría de los partidos noruegos por mantener un perfil menos radical, que le permitía normalizar el cierre de fronteras, la agilización de las deportaciones o incluso la prohibición de que los pobres pidieran limosna. Desde Bruselas se mira a FrP con menor recelo: no respaldan la existencia de la UE, pero sí de la OTAN, de cuyo núcleo forma parte Noruega.
Islandia, peinado de flequillo
Hasta la fecha, Islandia es el único país escandinavo en cuyo Parlamento no figura la ultraderecha ni se les espera en ningún gobierno. El Frente Nacional de Islandia, de corte antiislámico y antiinmigración, apenas logró representación en las circunscripciones del sur y del noroeste en 2016 y desde entonces, ha tratado de unirse en coalición con otros partidos de derecha más moderados, pero siempre con pobres resultados. En marzo de este año, se especuló con la posibilidad de crear un ala islandesa. A día de hoy, no ha habido formación conocida en este sentido en dicho país relacionada con el movimiento.
Así, con la excepción de Islandia, todos los gobiernos de Escandinavia son de coalición para evitar que la ultraderecha acceda al poder. Sin embargo, esto les da visibilidad para parecer la única alternativa y la única vía de oposición posible ante un sistema al que acusan de clasista y totalitario.
Nordic Frontier

El Movimiento de Resistencia Nórdico se define como «una revolución que instaurará una república unificada escandinava que incluirá Suecia, Dinamarca, Noruega, Finlandia e Islandia y que hará de la nuestra una nación inquebrantable«. Su organización se basa en una disciplina y jerarquías muy estrictas que equiparan con una férrea disciplina paterna en las familias tradicionales escandinavas, y que sus adeptos tratan de hacer llegar al mundo a través de sus redes sociales, su página web y el podcast Nordic Frontier, que graban desde Suecia en inglés (para asegurarse mayor difusión) y que, a fecha de hoy, ya va por su episodio 163.
En esta última entrega, el presentador, el propio Andreas Johansson, hace apología de dicha jerarquía asegurando que «la vida es familia, sobrevivir y luchar contra otros para prevalecer sobre ellos. Los hombres fuertes no crean sociedades fuertes para que los débiles la destruyan creando mierda». En otro momento de la grabación, se menciona el informe del Tribunal Supremo de Finlandia que ilegaliza su rama finlandesa. Johansson y el colaborador con el que charla acusan de plagio y de hacer un «copia y pega» a los autores del auto. «¿Cuántas coronas ha costado esta puta catástrofe?», se preguntan.
«Se dedican a analizar nuestras webs, nuestros artículos, nuestra ropa… Y dicen que es terrorismo. Con la cantidad de contaminación que sueltan los llamados medios de comunicación blancos, me sorprende que cosas como la que hizo Breivik no pasen más a menudo«, dice Johansson. Su contertulio le interrumpe para hablar del supremacismo blanco en Estados Unidos y el caso de George Floyd, que murió asfixiado a manos de un agente de policía de Minneapolis: «Es algo que lleva pasando toda la vida. El blanco tiene un arma y la usa para defenderse. Eso no había sido terrorismo hasta ahora, cuando un negro que simplemente no puede respirar se convierte en un símbolo. De verdad, podríais hacerlo mejor«.