Patrick Tallberg y su madre viven del turismo que llega a Kiruna atraído por los dos metros de nieve que se agolpan contra las paredes de los edificios en marzo y por conocer los escenarios en los que la escritora sueca Åsa Larsson desarrolla sus novelas. Viven también de la curiosidad que despierta su mina de hierro, que hasta hace cuatro años, estaba abierta a visitas. Los Tallberg alquilan sus dos casitas para alojar a un máximo de cuatro huéspedes en cada una. O al menos, hasta ahora. Consta un deje de dolor y pena en el e-mail de Patrick cuando cuenta que tuvieron que cerrar su caja de ingresos y prepararse para abandonar Kiruna. La mina se está tragando el pueblo. «Los suelos están al borde del colapso, como el resto del lugar. Teníamos que mudarnos por el hierro. Todo el mundo lo sabía», dice.

La imaginación del lector no le engaña: la imagen principal de este artículo es un camión trasladando a cuestas una casa, todo lo voluminosa que es. Como un camarero con su bandeja. Kiruna, la ciudad más septentrional de Suecia, está situada a poco más de 100 kilómetros al norte del Círculo Polar Ártico. Se ubica encima de Kirunavaara, la mina subterránea de mineral de hierro más grande del mundo. Es fuente de una magnetita rara y de altísima calidad usada en la construcción de los BMW y de los iPhones. Esa mina es la razón por la que Kiruna existe, puesto que da de comer a casi el 20% de sus 18.000 habitantes. Pero también será la causa de su desaparición. Sus negocios y moradores deberán trasladarse cinco kilómetros al norte, casa a casa, para evitar que la ciudad se hunda.
Cuando la empresa sueca LKAB abrió la mina en el siglo XX, era a cielo abierto. Con el tiempo, los minerales de la superficie se agotaron y se inició la explotación subterránea. Cada vez que LKAB perfora una capa de suelo más, Kiruna se vuelve más inestable y sus suelos e innumerables cuestas se comban unos cuantos centímetros. Su estación de tren conectaba esa región de la Laponia sueca con el resto de la sociedad y era la única forma de acceder al parque natural de Abisko, a unos kilómetros más al norte. Ahora, la estación se ha cerrado y está a la espera de ser demolida.
«No podemos vivir sin ella, pero con ella tampoco»
En 2004, LKAB informó al gobierno municipal de que sus extracciones tendrían que ser más profundas. Desde entonces, según cuenta Patrick, era frecuente ver grietas en las paredes de los edificios y sentir leves temblores al conducir o caminar. «No pasaban dos meses sin ver el edificio del Ayuntamiento con algún rasguño en las paredes», cuenta. Él y su madre dejaron de alquilar las habitaciones de sus respectivas viviendas en 2013, cuando un huésped le comentó que la puerta del baño se había desencuadernado sola. Analizándola, descubrió una grieta en la jamba.
«La mina es nuestro medio de vida número uno y jamás nadie se ha planteado cerrarla», explica Patrick, que es plenamente consciente de los riesgos que entraña vivir tan cerca de una excavación de esa magnitud, como el resto de sus vecinos. «Tú piensa que nos da más de la mitad de nuestra riqueza. Incluso los turistas iban a visitarla. De ahí sacamos todo lo que tenemos. Hasta la calefacción«. Calefacción que suele ir integrada en el revestimiento interior de los edificios y absolutamente necesaria cuando la temperatura media en Kiruna en invierno es de 30 grados bajo cero. «No podemos vivir sin ella, pero con ella tan cerca tampoco», sentencia.
Patrick y su madre se mudarán a mediados de diciembre de este año, cuando el tiempo es más hostil en la Kiruna actual, la que aún se reconoce en los mapas. Han esperado su turno pacientemente, dado que sus viviendas no son de las más cercanas a la mina. Mientras tanto, el Estado ha facilitado ayudas económicas para todo aquel que, como ellos, no haya podido rentabilizar su fuente de ingresos habitual. Tienen ya planificado que seguirán por carretera, en el coche de Patrick, a los camiones que transporten sus casas y que, hasta que lleguen los muebles, se quedarán con familiares que ya se han asentado en el nuevo terreno.
Proyecto Kiruna 4-ever
Vivir en Kiruna se convirtió en una amenaza a partir del primer año de mudanzas, en 2013. A pesar de que el ritmo parece lento (estamos en 2017 y aún quedan casas por trasladar), este cambio de ubicación de toda una ciudad ha supuesto un reto arquitectónico que se observa con lupa desde todos los rincones del mundo. La empresa LKAB, junto con White Arkitekter, se está haciendo cargo del Proyecto Kiruna 4-ever, que busca aprovechar la coyuntura de la mudanza para reconstruir la ciudad de forma más amigable con el peatón, con mejor transporte y mayor densidad urbana. También se mejoraría la conexión con el parque de Abisko y los demás puntos turísticos de Laponia, la segunda mayor industria de Kiruna.
La forma de llevar a cabo este proyecto tampoco tiene precedentes. La iglesia de Kiruna, votada una vez como el edificio más bello de Suecia, ha sido fotografiada y analizada una y otra vez antes de desmontarse pieza por pieza para trasladarla al virgen y aislado páramo donde vivirán los habitantes para que no sufriera ningún daño en sus estatuas de oro mazizo y sus vigas de madera.
«Es difícil prever cómo será el futuro», dicen fuentes del Ayuntamiento. «Esta transformación atrae mucha atención a Kiruna, así que tenemos que hacer que esa atención se quede con nosotros. Esto nos puede venir bien para que agencias de viajes y multinacionales quieran invertir con nosotros. Tenemos la oportunidad de que la gente quiera venir aquí».
Mientras es testigo del mayor éxodo urbano de la historia moderna, la mina continúa siendo explotada por los mismos trabajadores que llevan años viviendo junto a ella y comiendo de ella. Según Patrick, su hermano fue uno de los primeros afortunados en trasladar su casa al nuevo asentamiento, pero vuelve a trabajar todos los días a la «antigua Kiruna». Y así seguirá siendo para todos los mineros.
La curiosidad es que Patrick me contesta a las preguntas por correo electrónico a través de su iPhone. Un móvil muy apreciado en Suecia y de frecuente uso por la población media. «Sent from your iPhone?«, le pregunto. «Ironic, isn’t it?«, responde simplemente.